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miércoles, 10 de febrero de 2010

ISABEL I


ISABEL I LA CATÓLICA

Si la reina Isabel I de Castilla ocupa un lugar de primer plano en los anales, es por el protagonismo que le tocó ejercer en la formación de la doble monarquía castellano-aragonesa y del Estado moderno, conformando un modelo político que recogerán y ampliarán los Austrias y que se mantendrá por lo menos hasta la extinción de aquella dinastía, a finales del siglo XVII. El primer paso lo constituyó la marcha al poder. No fue fácil. Isabel actuó con determinación y astucia para convertirse en princesa de Asturias, heredera y luego reina «propietaria» de Castilla. Para ello tuvo que humillar a su sobrina Juana, a esa que ha pasado a la Historia como la Beltraneja. En Guisando (1468), Enrique IV no declara que su hija es ilegítima; sencillamente la excluye de la línea sucesoria por miedo a un sector de la aristocracia; en último término, Isabel debió la corona de Castilla, no a sus derechos, sino a la fuerza de los que la apoyaban; ella le quitó pues el trono a la verdadera heredera, aunque luego, con el tiempo, después de su victoria en la guerra de sucesión, gobernó de tal manera que logró legitimar a posteriori su reinado, lo mismo que hiciera su nieto, Carlos I, que realizó un golpe de Estado para reinar junto con su madre -a la que siempre se consideró como reina legítima de Castilla- y que, tras una guerra civil, acabó siendo aceptado y legitimado. En ambos casos, si no salieran bien las cosas, los protagonistas hubieran sido acusados de haber usurpado el poder e incluso se les hubiera podido destronar.

El segundo paso lo da Isabel en 1469, ya admitida como princesa de Asturias, al decidir casarse con Don Fernando, heredero de la corona de Aragón. Lo hace con suma cautela y muchas precauciones. El acuerdo de Cervera reservaba a la sola Isabel la condición de heredera de la corona de Castilla. En Segovia, muerto Enrique IV (1474), Isabel se proclama «reina y propietaria» de Castilla; Fernando queda reducido a la humillante situación de rey consorte, y eso que él se consideraba, por línea de varón, como el más directo sucesor de Enrique IV. Hace falta mucha diplomacia para llegar a la sentencia arbitral de Segovia (enero de 1475) en la que se vuelven a reiterar los derechos de Isabel pero se conceden a Fernando amplios poderes que lo equiparan de hecho con su esposa. Pero aun así no se pierde de vista la meta: la unión definitiva de las dos coronas de Castilla y Aragón. Al redactar su primer testamento, en mayo de 1475, en vísperas de la guerra con Portugal, Fernando instituye a la Infanta Isabel, entonces hija única del matrimonio, como su heredera, incluso para Aragón, donde convendría suprimir la cláusula que excluye a las mujeres de la sucesión al trono. Toma estas disposiciones «por el gran provecho que de los dichos reinos resulta y se sigue de ser así unidos con estos de Castilla y León, que sea un príncipe rey y señor y gobernador de todos ellos».

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